Los afectos en la historia del lector
“Un buen libro es capaz de quedarse en nosotros, como se quedan las personas que amamos”
María Teresa Andruetto (2015, La lectura, la otra revolución)
Desde el momento en que se recibe la noticia de que un niño va a nacer, se inicia su encuentro con la literatura y así comienza ese recorrido de palabras e historias que dependerá en gran medida del modo en que el adulto vincule al niño con los libros.
La literatura es el arte de la palabra, pero la palabra no necesariamente está en los libros, está en una historia narrada, en una canción de tradición oral, en los juegos que se escriben en la piel, como en el tradicional juego de dedos: “Este dedo encontró un huevito…”.
Es en la infancia donde se comienza a construir una relación afectiva con la lectura, una relación que también es psíquica y cognitiva, porque al leer cada ser va conformando su pensamiento y también va ampliando su conocimiento. La cercanía con el adulto mediador es fundamental para fortalecer esa relación, porque leerle un libro a un niño es un acto de amor.
Así como el bebé necesita de alimento, de descanso y de caricias, también necesita de palabras que le indiquen cómo es el mundo y cuál es su lugar en él. Cuando el bebé llora porque tiene sueño es el adulto es quien comienza a responder a este llanto. Lo abraza, lo acuna y también lo acompaña con la palabra, lo arrulla con una canción de cuna para que pueda dormir, de esta forma le trasmite: “Estoy aquí, me importa lo que te sucede, te abrazo, te quiero”. Al compartir palabras cantadas, leídas, rimadas con cada bebé y niño, estamos otorgándole el alimento fundamental para la construcción como ser humano.
El haber podido compartir historias con sus seres queridos, el haber escuchado relatos de la tradición oral, canciones y poemas, incidirá en el ingreso al mundo de los libros. La literatura nos permite abrir puertas hacia fuera pero también hacía dentro de nuestro mundo interior. Desde la imaginación descubrimos situaciones, emociones y lugares entrelazados con palabras que nos conmueven y perduran en nosotros.
Patricia Correa, socióloga, maestra y bibliotecaria colombiana, afirma que si consideramos que los primeros años de vida son definitivos para el desarrollo de cada niño y que para ello el lenguaje cumple un papel fundamental, los adultos referentes tenemos la obligación de ofrecer ambientes y estímulos significativos para ellos.
Considero que el concepto de adulto referente, incluye a todos los adultos que están cerca de un niño. Cada uno de nosotros conserva en la memoria una serie de cuentos favoritos basados en experiencias y anécdotas personales provenientes de la propia infancia. Compartir esas historias con los niños, o simplemente intercambiar algún suceso cotidiano, nos permitirá conversar con ellos.
Cuando el niño crece, y comienza a hablar sobre sus lecturas, escucharlo es fascinante. Si esta situación se da entre dos o más niños, ser espectador de ese intercambio, resulta reveladora y deliciosa. Justamente los buenos libros motivan la conversación sobre las propias lecturas, porque cuando un niño o un adulto se encuentra frente a una pieza única: una obra musical, una pintura, una escultura, un poema…en definitiva, una obra de arte, se genera un movimiento interno que maravillosamente nos emociona.
Nadie se hace lector solo, porque los momentos importantes como lectores, están relacionados con personas que queremos y recordamos con afecto. Porque cuando algo emociona, se disfruta y siempre se querrá compartir con las personas más cercanas. Y así se deseará repetir la experiencia.
Ilustración: Anthony Browne